Tantée con la mano en la oscuridad de mi cama, acaricié cada arruga de mi sabana buscando a mi mujer. No encontré nada, ni nadie. Mi mujer no estaba. Entorné los ojos, tratando de atisbar algo en la más absoluta de las oscuridades y... nada.
Poco a poco mis ojos empezaron a percibir los contornos de los objetos de la habitación. El asiento abatible, la mesa de estudio, el interruptor de la luz, la bombillas roja y verde de "ocupado" y libre de la habitación (yo era el ocupante, claro), para el servicio de limpieza.
No estaba seguro, pero algo no andaba bién. Oscuridad... y silencio, un tremendo silencio invadía todo. No oía nada... ¿¡nada!? ¿Ni siquiera mis propios movimientos sobre la cama? Ni siquiera.
Estaba aturdido. Ciego y... ¿sordo o simple y llanamente silencio? ¡Oh, la luz se hizo! Llevé los dedos índice de cada mano a mis oidos y... bingo, todavía llevaba los tapones que usaba últimamente para dormir plácidamente y sin perturbar mi sueño por sonidos ajenos a mi propia naturaleza.
La cabeza me dolía, tenía cierta sensación de vaivén, como de mareo. Todo me daba vueltas.
De pronto me dí cuenta de cierto olor a chamuscado que asomaba por mi naríz. Leve, pero... sí, era olor a chamuscado, a cables, circuitería y pintura quemados.
Tanteé todo mi cuerpo con mis manos: Piel, Cabeza, orejas, ojos, pelos,... miembros todos (sin excepción alguna), uñas,... Parecía que todo andaba en su sitio. Exhale un suspiro de alivio.
Poco a poco iba siendo más consciente de mi propio estado físico y mental. La frente la tenía sudorosa y fría. El dolor de cabeza no disminuía de forma constante, sino que se intensificaba y suavizaba de forma intermitente y progresiva, cual onda portadora con pequeños picos de intensidad más rítmicos a la par que cada latido de mi corazón.